Desde la furgoneta de hielo
que rompe en las dunas
trato de ignorar
el rencor de las miradas
para protegerme
de mi propia piel.
Un niño olvidado
corre al compás de las ruedas
como amapola que grita
al borde del camino.
Estiro mi mano
pero no logro alcanzar la suya.
Lloro sus lágrimas
cuando apenas rozo
la afrenta
del verde de mi cantimplora
y la sed ahoga
un grito de libertad.
No quiero perder
el recuerdo de su cuerpecito.
Ansío llevármelo
en mis rodillas
pero la frontera está lejos
y el exterminio
nos hace volar por los aires.
Corro desesperada
en la distancia
sabiendo que es inútil
volver atrás,
hallar su alma perdida
entre los escombros.
Hoy he vuelto a soñarlo,
pienso mientras despierto
a mis hijos
de entre sus edredones
de colores.