Fue un atardecer en París.
Desde la cumbre de Montmartre
los candiles de las buhardillas
narraban leyendas de amantes.
La vida bohemia del can-can...
en Moulin Rouge
encendió mi retrato
de la Place du Tertre
mientras soñábamos
con los pintores.
Flotamos entre los nenúfares
del Jardin de Luxemburg
junto al teatro de guiñol
y un tiovivo.
Las notas perdidas
de la Vie en Rose
recorrían la terraza
del Café de la Paix,
abullonado de artistas,
escritores, músicos...
Le Quartier Latin
recogía a los estudiantes
de aquel Mayo del 68
concentrado de cines de arte
y ensayo, pequeñas salas
de música en vivo
y librerías.
Y como una serpiente, el Sena
bajo los pintorescos bateaux
y nosotros, sobre le Pont Neuf,
el puente más antiguo de París,
peleamos por saber quien reconocía
la Tour Eiffel, el Museo del Louvre,
la Dèfense o Notre Dame
mientras las cenizas
de Juana de Arco
se perdían en el río.
Les boulevardes guardaban
el espíritu de ocio y frivolidad.
Teatros de bulevar
un atardecer en París.
Desde la cumbre de Montmartre
los candiles de las buhardillas
narraban leyendas de amantes.
La vida bohemia del can-can...
en Moulin Rouge
encendió mi retrato
de la Place du Tertre
mientras soñábamos
con los pintores.
Flotamos entre los nenúfares
del Jardin de Luxemburg
junto al teatro de guiñol
y un tiovivo.
Las notas perdidas
de la Vie en Rose
recorrían la terraza
del Café de la Paix,
abullonado de artistas,
escritores, músicos...
Le Quartier Latin
recogía a los estudiantes
de aquel Mayo del 68
concentrado de cines de arte
y ensayo, pequeñas salas
de música en vivo
y librerías.
Y como una serpiente, el Sena
bajo los pintorescos bateaux
y nosotros, sobre le Pont Neuf,
el puente más antiguo de París,
peleamos por saber quien reconocía
la Tour Eiffel, el Museo del Louvre,
la Dèfense o Notre Dame
mientras las cenizas
de Juana de Arco
se perdían en el río.
Les boulevardes guardaban
el espíritu de ocio y frivolidad.
Teatros de bulevar
un atardecer en París.
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