Se le vio entre cirros rojos,
valiente labrador
a la yegua encumbrado,
mientras la Virgen del Castillo
pintaba la alborada
con los tonos
del blasón dorado.
Aurora en La Torre del Reloj,
obra de arte mudéjar,
mirador de las flamantes huertas,
y a lo lejos, un hatillo
y unos viejos y roñosos avíos.
Patria adelante, lomo encorvado,
cuna de caminos.
Estirpe de nobles abolengos,
torreón de medieval fortaleza,
tez curtida a fuego lento,
hambre y sueño atrasados,
escudo de campo rojo
con un castillo de oro
sujeto por dos leones
de linaje y redenciones.
Mi idolatría llorada,
leyenda de generosidad,
de entrega y sacrificio,
de amor a su pueblo,
a su mujer y a sus hijos.
Quiero dedicar este poema a mis abuelitos, Josefina y Peralta.
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