Nacimos para estar juntas
de una misma raíz, el
tallo que nos une jamás se
ha de partir, tus pétalos
me acarician como
seda suave y pueril.
Que somos una, la mirada
de Dios lo sabe, ¿porqué
el hombre tuvo que decidir?
Al contarnos, el jardinero
rompió dos vidas de raíz,
los pétalos fueron cayendo
con un dolor y un morir.
Ahora ya te extraño, ¿dónde
estará mi sufrir? La niña
que yo tenía y que me
hacía reír, se ha ido, se la
han llevado, ya no siento la
caricia de su roce de carmín.
En una excusión, encontré esta casita de cuento rodeada de las más diversas flores. Un lugar precioso que conserva todo el encanto de cuando fue una villa habitada: su caserón, el parterre, las fuentes, la ermita... y toda esta grandeza arquitectónica envuelta entre pétalos de colores que cada época del año nos deleitan con su mejor cara.
Es un placer adentrarte entre tanta naturaleza, tanto esplendor, olvidarte del mundo y encontrar pequeños regalos en cada huella que hacen que las horas pasen sin darte cuenta.
Fotografía: Detalle del caserón en un pueblecito de la montaña navarra, junto a la blancas rosas que lo acompañan.