Campanas de la torre de la iglesia,
familiares repiques que suenan,
recordando cada momento del día
en el pueblo y en su cotidiana vida.
De niña, me despertaban
con la alegría de los gallos en la huerta.
Me contaban que era domingo,
que me aguardaba un día de fiesta.
Pero cuando tocaban a muerto,
un nudo sentía en la garganta y en el pecho.
Hasta miedo me producía
su lúgubre soneto.
Compensado con los días de agosto,
en las fiestas patronales a la Virgen
de la Asunción, que convertía el pueblo
en algarabía, para dicha de todos los que son.
Sones eternos que quedan en la memoria
como una reminiscencia de aquellos días de gloria,
que irán con nosotros donde vayamos
y serán un trocito de Lerín en nuestras manos.
Fotografías: La de arriba es la Parroquia de la Virgen de la Asunción, patrona de Lerín. Y la de abajo, ilustra una vista panorámica del pueblo desde el regadío, donde se divisa la iglesia oteando su paisaje, orgullosa de sus feligreses.
Este poema lo escribí hace ya tiempo, de hecho, fue de los primeros, y no está tan pulido como los que he ido publicando posteriormente. Pero he querido dejarlo tal cual lo redacté porque me salió del alma directo al papel.
Lerín, siempre lo guardo en mi corazón, con sus gentes, los amigos, la familia, las costumbres, en definitiva, la idiosincrasia de mi amado pueblo.
Lerín, siempre lo guardo en mi corazón, con sus gentes, los amigos, la familia, las costumbres, en definitiva, la idiosincrasia de mi amado pueblo.